Hace mucho mucho tiempo, en un lugar muy lejano, me reencontré con un conocido de tiempos mucho más pasados. Salimos una vez, y si bien no me cayó mal, pensé dentro de mí que no me antojaría volver a salir con dicho sujeto. Sin embargo, una movida del destino hizo que quedemos nuevamente por un café y así empezamos a frecuentarnos.
Al principio, debo admitirlo, tomé la relación de la manera más light posible. A pesar de que era mi date exclusivo, preferí no comprarme el cuento de pajaritos y romances primaverales que duran toda la vida. Así pasaron los meses y yo seguía esperando que el fulano desapareciera. Finalmente, pensaba, así funciona el mundo: affairs vienen, affairs se van. Sin embargo, no sucedió entonces.
A los seis meses, gracias al comentario reflexivo de una amiga muy querida, caí en cuenta de que tenía una relación. Y bueno, empecé a tomarme las cosas más en serio. Sobretodo porque me sentía enamorada.
De hecho, para mi todo este rollo de los compromisos era complicado. Mi preocupación principal era que alguien adquiriera “obligaciones” conmigo porque lo había ofrecido así, porque un papel lo decía, porque el entorno lo esperaba, o por alguna cosa de esas; en lugar de hacerlo por cariño, porque le nacía, porque se sentía cómodo o porque sencillamente le daba la gana.
En cierto sentido, creo que los papeles, los “compromisos” y las “obligaciones” empiezan a deteriorar las relaciones y sobretodo hacen que los implicados se sientan más seguros de la presencia del otro, del cariño del otro e incluso de la felicidad del otro. Muy por el contrario, todas las relaciones deberían ser cultivadas en cada momento. Nadie está fijo para nadie, por mucho que queramos.
Una de las primeras muestras del inicio de la seriedad, fue que empezaron los problemas. Me sentí muy aliviada de abandonar esa “racha” de perfección que rodeaba nuestra relación. Una situación así solo reflejaba indiferencia de mi parte. La reflexión era: “¿por qué me voy a pelear con este tipo si no vamos a estar en seis meses? Mejor respiro, actúo como si nada hubiera pasado y llevamos la fiesta en paz”
Mi marinovio me parecía encantador: atento, divertido, comprensivo, interesante, culto y cariñoso. Aunque tenía algunos issues que no me fascinaban precisamente, podía vivir con ellos y hasta reírme de lo sacados de contexto que podían llegar a ser.
Finalmente, a mi me llaman la atención los chicos proactivos, inteligentes, con hartos proyectos, o los locos.
Me sentía feliz y afortunada. Disfrutaba como nunca los momentos a su lado. Cedí un montón. Intenté incorporar en mi vocabulario sinónimos de “relación”, “compromiso”, “planes”, “futuro”, “familia”, que meses atrás sencillamente me producían náuseas y mareos. Sentí que valía la pena el esfuerzo. Por primera vez en mi vida quería arriesgarme a construir algo con alguien. Y, de verdad, repito, me sentía feliz.
Veía frente a mí al hombre con el que probablemente podría fabricar un espacio nuestro. Donde mandaran nuestras reglas y nuestra forma de vivir. Sencillamente, me parecía maravilloso, idílico, de cuento de hadas. Me encontraba más que complacida con la idea. No podía creer que después de tanto patán, por fin llegara el príncipe azul, mi príncipe azul.
Sin embargo, había un detalle que no me terminaba de cuadrar. Era demasiado sociable. Pero más que real, era virtual. Tiene una facilidad para hacer amigos en Internet e incluirlos a su círculo habitual muy rápido. Yo soy un poco más reservada. No menos sociable, pero la gente que entra a mi rutina tiene que ser muy especial y forma parte de un grupo que no alcanza las siete personas y que suele ir rotando de acuerdo a las vueltas que da la vida.
El equilibrio inicial de: yo salgo con tus amigos, tú con los tuyos, sin malos entendidos, se rompió cuando durante un viaje que realicé, el jovencito salió con una chica que conoció por Internet. El asunto no habría levantado tanta alerta si es que cuando lo llamé casualmente durante su salida no dijo “amor”, ni le cambió el tono de voz, ni tuvo ninguna de las reacciones que solía tener cuando conversábamos. Poco después el señorito “olvidó” (o eso dijo) que teníamos “planeado” ver una película y no se le ocurrió mejor idea que ir a verla con la señorita en cuestión.
Mi paciencia se estiró (por esa enferma obsesión de ser una marinovia comprensiva). Una conversa medio aclaratoria, hizo que tolerara convivir con el asunto. Finalmente, la tipa era su amiga. Pero la tregua no duró mucho y se generó un break en el que el marinovio aprovechó para incluir sus motivos de tal manera que la balanza se inclinara a su favor. Al cabo de unos días, decidimos equilibrar las cosas y supuestamente cada uno pondría de su parte.
Pero la discusión por el mismo punto se daba a razón de una por semana. Porque la señorita le escribía dedicatorias y comentarios en internet y él veía peliculitas en su casa ¿perdón?
Lo que más me estresaba era la postura de la señorita. Es decir, si cualquier mujer se hace amiga por Internet de un tipo que declara abiertamente ser marinovio de alguien y lo frecuenta a razón de dos veces por semana, tiene dos opciones de pensamiento: o no entiende cómo funciona el mundo o lo hace a propósito.
Dado que, en medio de todo, el niño se aburre con la gente estúpida, gana la segunda opción. Aunque no se descarta la posibilidad de que le hayan vendido el cuento “a mi marinovia no le importa”. Entonces si podría ganar la primera opción. En fin.
El colmo de los colmos fue un fin de semana, cuando el jovencito se fue al teatro con ella (a una obra que íbamos a ver juntos, pero que durante el break vi con un amigo de toda la vida). Accedí por lo anterior con la condición de salir después de la función, hasta lo apunto en su agenda (también virtual). Entonces aproveché para salir con un amigo del trabajo a ver una peli mientras (finalmente no me iba a honguear en mi jato un sábado por la noche).
Llegada la hora aproximada en que lo vería, llamé y ¡oh sorpresa! No contestaba el celular. De hecho, no lo contestó durante casi una hora. Para entonces mi amigo ya había tenido que irse y yo me encontraba escuchando música en un bar.
Naturalmente estaba fúrica y sobretodo dolida, porque aunque el jure y rejure que no pasó nada, y suene completamente inverosímil le creo; no tuvo la delicadeza, ni la consideración de llamar o esperar mi llamada, o de coordinar una salida saludable, a fin de cuentas: de manifestarse. Lo peor de todo, ni siquiera se estaba dando cuenta de hacia dónde se estaba dirigiendo todo. Fue incapaz de ceder, de ver, o lo que sea. Y bueno, se acabó todo.
El episodio final fue solo una muestra de lo que se arrastraba hace tiempo. Sus prioridades eran otras y por más amor que le tuviera, primero estaba el amor hacia mi misma, que incluye una generosa dosis de autovaloración.
Ahora que las aguas están calmas queda la reflexión ¿no me quise dar cuenta de que no era? ¿parecía pero no era? o si era ¿regresó a su estado original?
¿opiniones?
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
11 comentarios:
¿tanto patán?
Siemopre fue, te lo oculto por un tiemnpo, pero siemre fue
A Chalo: Tanto patán en los últimos cinco años. Mi "amor de toda la vida" es un buen chico, solo que en ese momento éramos adolescentes.
A Imberbe: Gracias por el comentario. Y si ¿pareciera no?
Lele.
claro pes, de hecho que parece... facil te ha hecho una jugada nomas, otye pero ese fue el fianl, o hubo algun epilogo a esta historia?
Primera vez por acá, y bueno, te doy mi opinión, creo que No te valoraba y no te amaba los suficiente, porque cuando uno ama,, su prioridad es la persona real, y no las amiguitas de internet..o lo virtual :o)
ya llegara, el verdadero principe azul ;)
y va a doler. pero hay unos que seran sapos verdes durante todo nuestro cuento.
Imberbe: no suelo escribir epílogos aún. Ni en las historias más antigüas. Uno nunca sabe en qué mar van a desembocar los ríos, hasta que desembocan.
El inicio de esta historia se me hace muy familiar....
Hay que besar muchos sapos antes de encontrarlo.
Este tipo NO era. No le des más vueltas.
Tal vez es un poco tarde para el comentario, pero recién llego a tu blog. Lo que dice darling es cierto, yo besé muchísimos sapos y encontré a mi príncipe. Y aunque nunca le creí a mis amigas el "ya llegará, ya llegará (el amor de mi vida)" pues ten por seguro que llega. Entretanto diviértete besando sapos guapos!
Nunca es tarde Clau. Bienvenida. Yo todavía sigo en el proceso de "besado de sapos" (porque rana solo una, jajaja). Eso de la misma piedra, no va conmigo.
Publicar un comentario