Dios te da y también te quita. La felicidad nunca es completa. Existe algo que se llama balance. Menos mal. Aunque ya ni sé.
Hace un mes se me ahogó el alma. A nivel personal, digamos que allí ando. No muero, pero tampoco vivo.
Misteriosamente varios “proyectos” empezaron a encaminarse de pronto, y aunque no puedo permanecer indiferente e ingrata con la vida, no sé si tomar esto como el balance o la “cachita”.
Para muestra siete botones:
1.- Mi tesis, que tiene casi tres años de concepciones y abortos, pudo tomar forma nuevamente al tener una aprobación de parte de una empresa para tomarlos como caso de estudio. A esto vino amarrada la decisión de ser informáticamente independiente, léase la nueva PC.
2.- Mi alocada y encantadora asesora, que antes no era y ahora si pudo ser, se encuentra manejando actualmente un par de cursos que me interesan mucho para dirigir prácticas en la universidad. Además que mi jefe dicta en otra universidad que también pone.
3.- Mi familia, la disfuncional, ha encontrado el cauce armónico después de tres años de locura. No sé si es un efecto temporal o no, pero el ambiente que se respira es casi como a flores del campo ¿me explico?
4.- Yo, la más debilucha e indisciplinada, me siento más fuerte. Como recién salida de un proceso de empowerment. He regresado a ciertas rutinas muy mías y (oh sorpresa!) están ligando.
5.- Mis finanzas, las irremediables finanzas que son un dolor de cabeza desde hace cinco años, encontraron una salida tan increíble como inesperada. Estaré limpia de polvo y paja mucho más rápido de lo que jamás imaginé.
6.- Los trámites internacionales también empezaron a tomar forma. Con un poco de paciencia, podríamos tener en mediano plazo, dos años tal vez, catarsis desde las Europas y muy bien acompañada felizmente.
7.- La última, y más sorprendente, fue el reconocimiento al esfuerzo chambístico, que no se había dado jamás (algunos recordarán por qué nació este blog). Llegaron aprobaciones de iniciativas propias, su auspicio y su ajuste $$$. Además que se vienen cositas interesantes y auspiciosas, con viajecitos y nuevas oportunidades.
No soy de las que se deja llevar por estas cosas. Por eso siento como si alguien me estuviera tratando de decir con ironía “mamacita: el mundo está compuesto de muchas más cosas que las emociones de la gente”. No lo niego, pero siempre me resistiré a “medir” mi vida en logros. No me imagino con miles de títulos, cargos de responsabilidad extrema y tanto dinero que no me permita disfrutar de mi familia (la que yo formaré). Creo que mi vida perdería mucho sentido.
Prefiero tomar toda esta sucesión de eventos como necesarios para algo más (personal obviamente). Como dicen los chinos “nada es bueno ni malo en si mismo, solo hay que sentarse a esperar”.
¿Cuánto te apuesto a que mañana sale el sol?
Por lo pronto, te apuesto que será el BlogDay2007.
jueves, agosto 30, 2007
sábado, agosto 18, 2007
Hasta los príncipes más encantadores se convierten en ranas
Hace mucho mucho tiempo, en un lugar muy lejano, me reencontré con un conocido de tiempos mucho más pasados. Salimos una vez, y si bien no me cayó mal, pensé dentro de mí que no me antojaría volver a salir con dicho sujeto. Sin embargo, una movida del destino hizo que quedemos nuevamente por un café y así empezamos a frecuentarnos.
Al principio, debo admitirlo, tomé la relación de la manera más light posible. A pesar de que era mi date exclusivo, preferí no comprarme el cuento de pajaritos y romances primaverales que duran toda la vida. Así pasaron los meses y yo seguía esperando que el fulano desapareciera. Finalmente, pensaba, así funciona el mundo: affairs vienen, affairs se van. Sin embargo, no sucedió entonces.
A los seis meses, gracias al comentario reflexivo de una amiga muy querida, caí en cuenta de que tenía una relación. Y bueno, empecé a tomarme las cosas más en serio. Sobretodo porque me sentía enamorada.
De hecho, para mi todo este rollo de los compromisos era complicado. Mi preocupación principal era que alguien adquiriera “obligaciones” conmigo porque lo había ofrecido así, porque un papel lo decía, porque el entorno lo esperaba, o por alguna cosa de esas; en lugar de hacerlo por cariño, porque le nacía, porque se sentía cómodo o porque sencillamente le daba la gana.
En cierto sentido, creo que los papeles, los “compromisos” y las “obligaciones” empiezan a deteriorar las relaciones y sobretodo hacen que los implicados se sientan más seguros de la presencia del otro, del cariño del otro e incluso de la felicidad del otro. Muy por el contrario, todas las relaciones deberían ser cultivadas en cada momento. Nadie está fijo para nadie, por mucho que queramos.
Una de las primeras muestras del inicio de la seriedad, fue que empezaron los problemas. Me sentí muy aliviada de abandonar esa “racha” de perfección que rodeaba nuestra relación. Una situación así solo reflejaba indiferencia de mi parte. La reflexión era: “¿por qué me voy a pelear con este tipo si no vamos a estar en seis meses? Mejor respiro, actúo como si nada hubiera pasado y llevamos la fiesta en paz”
Mi marinovio me parecía encantador: atento, divertido, comprensivo, interesante, culto y cariñoso. Aunque tenía algunos issues que no me fascinaban precisamente, podía vivir con ellos y hasta reírme de lo sacados de contexto que podían llegar a ser.
Finalmente, a mi me llaman la atención los chicos proactivos, inteligentes, con hartos proyectos, o los locos.
Me sentía feliz y afortunada. Disfrutaba como nunca los momentos a su lado. Cedí un montón. Intenté incorporar en mi vocabulario sinónimos de “relación”, “compromiso”, “planes”, “futuro”, “familia”, que meses atrás sencillamente me producían náuseas y mareos. Sentí que valía la pena el esfuerzo. Por primera vez en mi vida quería arriesgarme a construir algo con alguien. Y, de verdad, repito, me sentía feliz.
Veía frente a mí al hombre con el que probablemente podría fabricar un espacio nuestro. Donde mandaran nuestras reglas y nuestra forma de vivir. Sencillamente, me parecía maravilloso, idílico, de cuento de hadas. Me encontraba más que complacida con la idea. No podía creer que después de tanto patán, por fin llegara el príncipe azul, mi príncipe azul.
Sin embargo, había un detalle que no me terminaba de cuadrar. Era demasiado sociable. Pero más que real, era virtual. Tiene una facilidad para hacer amigos en Internet e incluirlos a su círculo habitual muy rápido. Yo soy un poco más reservada. No menos sociable, pero la gente que entra a mi rutina tiene que ser muy especial y forma parte de un grupo que no alcanza las siete personas y que suele ir rotando de acuerdo a las vueltas que da la vida.
El equilibrio inicial de: yo salgo con tus amigos, tú con los tuyos, sin malos entendidos, se rompió cuando durante un viaje que realicé, el jovencito salió con una chica que conoció por Internet. El asunto no habría levantado tanta alerta si es que cuando lo llamé casualmente durante su salida no dijo “amor”, ni le cambió el tono de voz, ni tuvo ninguna de las reacciones que solía tener cuando conversábamos. Poco después el señorito “olvidó” (o eso dijo) que teníamos “planeado” ver una película y no se le ocurrió mejor idea que ir a verla con la señorita en cuestión.
Mi paciencia se estiró (por esa enferma obsesión de ser una marinovia comprensiva). Una conversa medio aclaratoria, hizo que tolerara convivir con el asunto. Finalmente, la tipa era su amiga. Pero la tregua no duró mucho y se generó un break en el que el marinovio aprovechó para incluir sus motivos de tal manera que la balanza se inclinara a su favor. Al cabo de unos días, decidimos equilibrar las cosas y supuestamente cada uno pondría de su parte.
Pero la discusión por el mismo punto se daba a razón de una por semana. Porque la señorita le escribía dedicatorias y comentarios en internet y él veía peliculitas en su casa ¿perdón?
Lo que más me estresaba era la postura de la señorita. Es decir, si cualquier mujer se hace amiga por Internet de un tipo que declara abiertamente ser marinovio de alguien y lo frecuenta a razón de dos veces por semana, tiene dos opciones de pensamiento: o no entiende cómo funciona el mundo o lo hace a propósito.
Dado que, en medio de todo, el niño se aburre con la gente estúpida, gana la segunda opción. Aunque no se descarta la posibilidad de que le hayan vendido el cuento “a mi marinovia no le importa”. Entonces si podría ganar la primera opción. En fin.
El colmo de los colmos fue un fin de semana, cuando el jovencito se fue al teatro con ella (a una obra que íbamos a ver juntos, pero que durante el break vi con un amigo de toda la vida). Accedí por lo anterior con la condición de salir después de la función, hasta lo apunto en su agenda (también virtual). Entonces aproveché para salir con un amigo del trabajo a ver una peli mientras (finalmente no me iba a honguear en mi jato un sábado por la noche).
Llegada la hora aproximada en que lo vería, llamé y ¡oh sorpresa! No contestaba el celular. De hecho, no lo contestó durante casi una hora. Para entonces mi amigo ya había tenido que irse y yo me encontraba escuchando música en un bar.
Naturalmente estaba fúrica y sobretodo dolida, porque aunque el jure y rejure que no pasó nada, y suene completamente inverosímil le creo; no tuvo la delicadeza, ni la consideración de llamar o esperar mi llamada, o de coordinar una salida saludable, a fin de cuentas: de manifestarse. Lo peor de todo, ni siquiera se estaba dando cuenta de hacia dónde se estaba dirigiendo todo. Fue incapaz de ceder, de ver, o lo que sea. Y bueno, se acabó todo.
El episodio final fue solo una muestra de lo que se arrastraba hace tiempo. Sus prioridades eran otras y por más amor que le tuviera, primero estaba el amor hacia mi misma, que incluye una generosa dosis de autovaloración.
Ahora que las aguas están calmas queda la reflexión ¿no me quise dar cuenta de que no era? ¿parecía pero no era? o si era ¿regresó a su estado original?
¿opiniones?
Al principio, debo admitirlo, tomé la relación de la manera más light posible. A pesar de que era mi date exclusivo, preferí no comprarme el cuento de pajaritos y romances primaverales que duran toda la vida. Así pasaron los meses y yo seguía esperando que el fulano desapareciera. Finalmente, pensaba, así funciona el mundo: affairs vienen, affairs se van. Sin embargo, no sucedió entonces.
A los seis meses, gracias al comentario reflexivo de una amiga muy querida, caí en cuenta de que tenía una relación. Y bueno, empecé a tomarme las cosas más en serio. Sobretodo porque me sentía enamorada.
De hecho, para mi todo este rollo de los compromisos era complicado. Mi preocupación principal era que alguien adquiriera “obligaciones” conmigo porque lo había ofrecido así, porque un papel lo decía, porque el entorno lo esperaba, o por alguna cosa de esas; en lugar de hacerlo por cariño, porque le nacía, porque se sentía cómodo o porque sencillamente le daba la gana.
En cierto sentido, creo que los papeles, los “compromisos” y las “obligaciones” empiezan a deteriorar las relaciones y sobretodo hacen que los implicados se sientan más seguros de la presencia del otro, del cariño del otro e incluso de la felicidad del otro. Muy por el contrario, todas las relaciones deberían ser cultivadas en cada momento. Nadie está fijo para nadie, por mucho que queramos.
Una de las primeras muestras del inicio de la seriedad, fue que empezaron los problemas. Me sentí muy aliviada de abandonar esa “racha” de perfección que rodeaba nuestra relación. Una situación así solo reflejaba indiferencia de mi parte. La reflexión era: “¿por qué me voy a pelear con este tipo si no vamos a estar en seis meses? Mejor respiro, actúo como si nada hubiera pasado y llevamos la fiesta en paz”
Mi marinovio me parecía encantador: atento, divertido, comprensivo, interesante, culto y cariñoso. Aunque tenía algunos issues que no me fascinaban precisamente, podía vivir con ellos y hasta reírme de lo sacados de contexto que podían llegar a ser.
Finalmente, a mi me llaman la atención los chicos proactivos, inteligentes, con hartos proyectos, o los locos.
Me sentía feliz y afortunada. Disfrutaba como nunca los momentos a su lado. Cedí un montón. Intenté incorporar en mi vocabulario sinónimos de “relación”, “compromiso”, “planes”, “futuro”, “familia”, que meses atrás sencillamente me producían náuseas y mareos. Sentí que valía la pena el esfuerzo. Por primera vez en mi vida quería arriesgarme a construir algo con alguien. Y, de verdad, repito, me sentía feliz.
Veía frente a mí al hombre con el que probablemente podría fabricar un espacio nuestro. Donde mandaran nuestras reglas y nuestra forma de vivir. Sencillamente, me parecía maravilloso, idílico, de cuento de hadas. Me encontraba más que complacida con la idea. No podía creer que después de tanto patán, por fin llegara el príncipe azul, mi príncipe azul.
Sin embargo, había un detalle que no me terminaba de cuadrar. Era demasiado sociable. Pero más que real, era virtual. Tiene una facilidad para hacer amigos en Internet e incluirlos a su círculo habitual muy rápido. Yo soy un poco más reservada. No menos sociable, pero la gente que entra a mi rutina tiene que ser muy especial y forma parte de un grupo que no alcanza las siete personas y que suele ir rotando de acuerdo a las vueltas que da la vida.
El equilibrio inicial de: yo salgo con tus amigos, tú con los tuyos, sin malos entendidos, se rompió cuando durante un viaje que realicé, el jovencito salió con una chica que conoció por Internet. El asunto no habría levantado tanta alerta si es que cuando lo llamé casualmente durante su salida no dijo “amor”, ni le cambió el tono de voz, ni tuvo ninguna de las reacciones que solía tener cuando conversábamos. Poco después el señorito “olvidó” (o eso dijo) que teníamos “planeado” ver una película y no se le ocurrió mejor idea que ir a verla con la señorita en cuestión.
Mi paciencia se estiró (por esa enferma obsesión de ser una marinovia comprensiva). Una conversa medio aclaratoria, hizo que tolerara convivir con el asunto. Finalmente, la tipa era su amiga. Pero la tregua no duró mucho y se generó un break en el que el marinovio aprovechó para incluir sus motivos de tal manera que la balanza se inclinara a su favor. Al cabo de unos días, decidimos equilibrar las cosas y supuestamente cada uno pondría de su parte.
Pero la discusión por el mismo punto se daba a razón de una por semana. Porque la señorita le escribía dedicatorias y comentarios en internet y él veía peliculitas en su casa ¿perdón?
Lo que más me estresaba era la postura de la señorita. Es decir, si cualquier mujer se hace amiga por Internet de un tipo que declara abiertamente ser marinovio de alguien y lo frecuenta a razón de dos veces por semana, tiene dos opciones de pensamiento: o no entiende cómo funciona el mundo o lo hace a propósito.
Dado que, en medio de todo, el niño se aburre con la gente estúpida, gana la segunda opción. Aunque no se descarta la posibilidad de que le hayan vendido el cuento “a mi marinovia no le importa”. Entonces si podría ganar la primera opción. En fin.
El colmo de los colmos fue un fin de semana, cuando el jovencito se fue al teatro con ella (a una obra que íbamos a ver juntos, pero que durante el break vi con un amigo de toda la vida). Accedí por lo anterior con la condición de salir después de la función, hasta lo apunto en su agenda (también virtual). Entonces aproveché para salir con un amigo del trabajo a ver una peli mientras (finalmente no me iba a honguear en mi jato un sábado por la noche).
Llegada la hora aproximada en que lo vería, llamé y ¡oh sorpresa! No contestaba el celular. De hecho, no lo contestó durante casi una hora. Para entonces mi amigo ya había tenido que irse y yo me encontraba escuchando música en un bar.
Naturalmente estaba fúrica y sobretodo dolida, porque aunque el jure y rejure que no pasó nada, y suene completamente inverosímil le creo; no tuvo la delicadeza, ni la consideración de llamar o esperar mi llamada, o de coordinar una salida saludable, a fin de cuentas: de manifestarse. Lo peor de todo, ni siquiera se estaba dando cuenta de hacia dónde se estaba dirigiendo todo. Fue incapaz de ceder, de ver, o lo que sea. Y bueno, se acabó todo.
El episodio final fue solo una muestra de lo que se arrastraba hace tiempo. Sus prioridades eran otras y por más amor que le tuviera, primero estaba el amor hacia mi misma, que incluye una generosa dosis de autovaloración.
Ahora que las aguas están calmas queda la reflexión ¿no me quise dar cuenta de que no era? ¿parecía pero no era? o si era ¿regresó a su estado original?
¿opiniones?
Etiquetas:
Género,
Marinovios,
Psicología,
Sociales
domingo, agosto 12, 2007
Manifestaciones de un corazón roto
Poco tiempo antes de terminar con mi marinovio, tuvimos un break de días, que fueron para mí tan desastrosos que me hicieron pensar en una separación definitiva. No me equivoqué demasiado, esa llegaría al mes aprox.
Entonces, a pesar de que la situación estaba muy jodida, pensé que aún podía hacer algo para salvar la relación. Era consciente de que había un problema, pero en mi balance de positivos y negativos aún existía inclinación a favor.
El no estar para nada conforme con lo que estaba pasando me llevó a experimentar en un tiempo record de cuatro días, todas aquellas reacciones que nos pueden suceder a las mujeres en estos casos.
1.- Negación. Pocos minutos después de la dichosa “conversación” sencillamente no podía creerlo. Me encontraba en tal estado de shock que simplemente me quité el maquillaje y me eché a dormir.
2.-Bajón: A las 7am del día siguiente empezaron a retumbar entre sueños todas las palabras que dije y las pocas que le dejé decir. Veía pasar ante mis ojos como una película las principales escenas de esa noche. Casi sin conciencia, empezó el llanto incontrolable. No lloraba así desde que tenía 20 años, y si mal no recuerdo fue por el mismo motivo. Lo que no sabía era que la variable se mantendría fuerte por lo menos dos días más.
3.-Sensación de ofensa. Dado que no entendía cómo los motivos que me habían dado eran tan inconsistentes, para mí; me sentía realmente ofendida. No me cabía cómo EL hubiera sido capaz de hacerme eso a MI (¿les suena conocida?). Sobre todo, después de conocerme tanto y habernos querido tanto. Eso también me hacía llorar.
4.-Ira: Obviamente, la pena se convirtió rápidamente en cólera, y de la brava. No conforme con acumular bilis dentro de mí, decidí salpicársela. (no es lo mejor, pero a veces pasa)
5.-Reflexión y panel de opiniones: Entonces eché mano de mi mejor activo MIS AMIG@S, y sentí la tranquilidad de su opinión, la compañía de su apoyo. Sentir amor cuando crees que lo has perdido es muy importante.
6.- Calma: Algo de respiro. Ser adulto tiene sus ventajas. Se puede pensar en algún momento, y si bien la tristeza continúa te das cuenta de que la vida sigue, y sigue bien (prácticamente hablando).
7.- Ocupación de la mente. Pero pensar demasiado en eso tampoco es una solución, porque tortura. Entonces te llenas de proyectos y cosas extra. Todo lo que querías hacer.
8.- Ocupación del cuerpo. No solo hay que pensar, sino hacer. Entonces empiezas a llenar la agenda con todas aquellas cosas que pensabas hacer.
Lamentablemente, el listado anterior no está ordenado ni mucho menos. Se puede pasar a cualquiera de los numerales con criterio aleatorio. En mi caso, regresé con mi marinovio mientras atravesaba el punto cuatro. Lo increíble para mí fue cómo todo eso me pasó en cuatro días.
Hace poco vi “una novia errante” y, sinceramente, llegué a un estado de indignación tal durante su emisión que casi me voy de la sala (también por otros motivos, pero será motivo de otro post).
La protagonista se caracteriza por la inconsistencia del dolor. Luego de que el marinovio la terminara, plantara, humillara y demostrara con creces que no quería una relación, o por lo menos no con ella; ella guardaba la esperanza de que recapacitara y lo llamaba, a veces con ganas de arreglar las cosas, otras echándose la culpa, otras haciendo el esfuerzo por ser “la comprensiva”, otras pidiendo disculpas, etc; todo con su salpicadita de insultos, berrinches y demás.
Me escupió en la cara todo lo que estuve muy muy cerca de hacer y, obviamente, no me interesa en absoluto. Aunque en realidad entonces yo me quedé más con la última actitud.
El dolor hace muchas cosas en las mujeres, pero sería bueno que nos diéramos cuenta que no nos puede hacer perder la dignidad. Por mucho que amemos, merecemos que nos amen igual; y si vemos que no es así, es mejor tomar distancia.
Entonces, a pesar de que la situación estaba muy jodida, pensé que aún podía hacer algo para salvar la relación. Era consciente de que había un problema, pero en mi balance de positivos y negativos aún existía inclinación a favor.
El no estar para nada conforme con lo que estaba pasando me llevó a experimentar en un tiempo record de cuatro días, todas aquellas reacciones que nos pueden suceder a las mujeres en estos casos.
1.- Negación. Pocos minutos después de la dichosa “conversación” sencillamente no podía creerlo. Me encontraba en tal estado de shock que simplemente me quité el maquillaje y me eché a dormir.
2.-Bajón: A las 7am del día siguiente empezaron a retumbar entre sueños todas las palabras que dije y las pocas que le dejé decir. Veía pasar ante mis ojos como una película las principales escenas de esa noche. Casi sin conciencia, empezó el llanto incontrolable. No lloraba así desde que tenía 20 años, y si mal no recuerdo fue por el mismo motivo. Lo que no sabía era que la variable se mantendría fuerte por lo menos dos días más.
3.-Sensación de ofensa. Dado que no entendía cómo los motivos que me habían dado eran tan inconsistentes, para mí; me sentía realmente ofendida. No me cabía cómo EL hubiera sido capaz de hacerme eso a MI (¿les suena conocida?). Sobre todo, después de conocerme tanto y habernos querido tanto. Eso también me hacía llorar.
4.-Ira: Obviamente, la pena se convirtió rápidamente en cólera, y de la brava. No conforme con acumular bilis dentro de mí, decidí salpicársela. (no es lo mejor, pero a veces pasa)
5.-Reflexión y panel de opiniones: Entonces eché mano de mi mejor activo MIS AMIG@S, y sentí la tranquilidad de su opinión, la compañía de su apoyo. Sentir amor cuando crees que lo has perdido es muy importante.
6.- Calma: Algo de respiro. Ser adulto tiene sus ventajas. Se puede pensar en algún momento, y si bien la tristeza continúa te das cuenta de que la vida sigue, y sigue bien (prácticamente hablando).
7.- Ocupación de la mente. Pero pensar demasiado en eso tampoco es una solución, porque tortura. Entonces te llenas de proyectos y cosas extra. Todo lo que querías hacer.
8.- Ocupación del cuerpo. No solo hay que pensar, sino hacer. Entonces empiezas a llenar la agenda con todas aquellas cosas que pensabas hacer.
Lamentablemente, el listado anterior no está ordenado ni mucho menos. Se puede pasar a cualquiera de los numerales con criterio aleatorio. En mi caso, regresé con mi marinovio mientras atravesaba el punto cuatro. Lo increíble para mí fue cómo todo eso me pasó en cuatro días.
Hace poco vi “una novia errante” y, sinceramente, llegué a un estado de indignación tal durante su emisión que casi me voy de la sala (también por otros motivos, pero será motivo de otro post).
La protagonista se caracteriza por la inconsistencia del dolor. Luego de que el marinovio la terminara, plantara, humillara y demostrara con creces que no quería una relación, o por lo menos no con ella; ella guardaba la esperanza de que recapacitara y lo llamaba, a veces con ganas de arreglar las cosas, otras echándose la culpa, otras haciendo el esfuerzo por ser “la comprensiva”, otras pidiendo disculpas, etc; todo con su salpicadita de insultos, berrinches y demás.
Me escupió en la cara todo lo que estuve muy muy cerca de hacer y, obviamente, no me interesa en absoluto. Aunque en realidad entonces yo me quedé más con la última actitud.
El dolor hace muchas cosas en las mujeres, pero sería bueno que nos diéramos cuenta que no nos puede hacer perder la dignidad. Por mucho que amemos, merecemos que nos amen igual; y si vemos que no es así, es mejor tomar distancia.
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