Mi autoestima nunca fue de las mejores. Desde muy pequeña, tanto en el colegio como en mi casa, los “adorables” niños que me rodeaban nunca se cansaron de repetirme que no era precisamente la más bonita de las niñas.
Cuando pasé a secundaria, no se me ocurrió mejor idea que hacerme amiga de la chica con la cintura más pequeña del mundo (puedo estar exagerando, pero así lo percibía entonces), por lo que la mayoría de las veces ella era la que atraía todas las miradas del sexo opuesto.
Nunca tuve mucho éxito con los chicos. De hecho, siempre me ilusioné con aquel que no me correspondía en absoluto, simplemente no entraba en sus espectros de acción, y cuando le gustaba a alguien, lamentablemente esta persona no me gustaba. Entonces pensé que tal vez me fijaba en los más bonitos y que ellos no eran para mí.
Llegada mi adolescencia, mi cuerpo empezó a cambiar y desarrollé atributos que llamaban la atención de varios mortales, pero igual me sentía fea, si es que no gorda. El drama se mantuvo durante todos mis años universitarios. A pesar de tener enamorado, con el cual duré más de tres años, justificaba nuestra relación en base al cariño, pero no precisamente a mi belleza y/o atractivo.
Recuerdo que también recibía comentarios en la calle, que iban desde el más galante de los piropos hasta la más vulgar de las groserías, pero igual mi interpretación al respecto no sobrepasaba el “solo ven un par de pechos, ni siquiera soy simpática”. Sin embargo, de un tiempo a esta parte empecé a descubrir que lo que yo pensaba de mí entonces, no era tan cierto.
Hace algunos meses empecé a reencontrarme con compañeros de mis años universitarios y en medio de algunas conversaciones saltaban las confesiones de ese primer escáner que aplican todos los hombres cuando conocen a una mujer. Para mi sorpresa, los resultados estaban un poco más altos de lo que planteaban mis expectativas.
Debo confesar que en algún momento sorprendí a alguno de “los guapos” mirándome, pero jamás se me ocurrió que pudieran hacerlo en serio. Es gracioso tener esa info ahora y no poder evitar pensar “si lo hubiera sabido antes”, “si me hubiera dado cuenta”. Creo que nunca tomé conciencia del momento en el que dejé de ser el patito feo, según ellos.
lunes, diciembre 04, 2006
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4 comentarios:
Estoy seguro que si le preguntabas a tu enamorado antiguo, te hubiera podido decir con toda sinceridad que si le atraías y bastante.
Por otro lado, me quedó una duda. Si lo hubieras sabido antes ¿que pasaba? ¿Lo dejabas para irte con alguno de los guapos?
Nop, pero me hubiera fijado en alguno de ellos después que me choteó.
me siento tan identificada con tu entrada... sólo hasta antes de dejar de sentirme el patito feo... yo aún me sigo sintiendo así
Creo que todos en algún momento nos hemos sentido "el patito feo" y eso proviene de una auto-evaluación propia que los mortales nos hacemos día a día.
Es casi imposible dejar de sentirse el "patito feo" hasta no escuchar lo contrario, la pregunta es: ¿Porqué sentirse el patito feo?
La respuesta es simple, siempre va existir alguien mas simpatic@ y mas fe@ que un@. De hecho el preocuparse por verse y sentirse bien es propio de la conducta humana, pero el compararse al extremo de menospreciarse y sentirse "el patito feo" no depende de la percepción de los demás, depende de un@ mism@. De ahí el famoso dicho: Los demás te ven como tú te sientes....
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