Para estar acorde con las fechas debo escribir mi post-queja navideño. Supongo que todos hemos experimentado un cambio con respecto a la navidad con el correr de los años. He aquí mi historia.
Cuando era pequeña adoraba la navidad, como todos los niños supongo. Escribía mi cartita para Papa Noel, previa cita a mi libreta de notas que siempre apestaba a primeros puestos (afortunadamente con los años me libre de la asociación de las cualidades personales con las escalas numéricas) y la dejaba debajo del árbol con la esperanza de que cumpliera mi lista de casi 20 items (ilusa yo).
Para bien o para mal, mis papá noeles nunca se portaron mal. Cumplían por lo menos el 60% de la lista siempre con los regalos top. Mala costumbre de niña de clase media que cambió al llegar la adolescencia. No solo por cuestiones macroeconómicas sino también por la rebeldía propia de mi edad. Así se acabaron las reuniones familiares, los intercambios de regalos y los engreimientos.
Por otro lado, siempre aluciné la reunión en casa de mis abuelos, al más puro estilo de Todinno “cuánta pasa, cuánta fruta”, pero disponía de los protagonistas. Dos de ellos fallecieron antes de que yo naciera y de los dos disponibles, la abuela no era muy expresiva, por lo que no existían tales reuniones, y el abuelo estaba peleado con mi mamá.
De pronto, las celebraciones navideñas se convertían en un espacio de confluencia de cinco tipos de estrés, que la mayoría de veces terminaba en cena-fuga. Porque en nuestro imaginario colectivo la navidad era sinónimo de tres cosas: regalos, familia y cena. Por azahares del destino, lo único inamovible y realmente tradicional en mi casa era la comida.
Hoy en día, ya adulta y en edad de crear mis propias tradiciones asumo una actitud mucho más relajada. Cualquiera diría que como publicista debería asociar por default esta y todas las otras fiestas “familiares” con el consumo. Pero, muy por el contrario, no soy de las que hace compras navideñas, ni por el día de la madre, padre, niño y cuanto invento de celebración existe. En realidad mi vida es algo más sencilla.
La primera respuesta es muy simple: es imposible hacer compras en esas fechas. Todo está más lleno, más caro, más insoportable. Parece que nadie supiera que la primera semana de enero, o la última de noviembre, buscar regalos es mucho menos complicado y hasta más saludable. La segunda: no estoy de acuerdo con “tener” que dar regalos. Definitivamente, me encanta dar regalos, sin embargo creo que son cosas que pueden nacer en cualquier momento.
En estas fechas me parece más importante un abrazo sincero y reales buenos deseos. No creo que haya esperar un solo día para dar gracias, ni para recordarle a tu gente que la quieres.
Feliz Navidad!
martes, diciembre 19, 2006
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2 comentarios:
hummmm en mi casa tambien todo era regalos y luego la fuga del chacal... ahora esta navidad con ELLA y el osito solos no se que hacer, tal vez le haga un superregalo al oso y me quede jugando con el hasta el amanecer...
hummmm en mi casa tambien todo era regalos y luego la fuga del chacal... ahora esta navidad con ELLA y el osito solos no se que hacer, tal vez le haga un superregalo al oso y me quede jugando con el hasta el amanecer...
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