Justo cuando pensé que esas cosas no me volverían a suceder, me cancelaron de una sola la ilusión de la victoria.
Hasta hace dos meses tenía el dinámico ritmo de un trabajo a tiempo completo, dos a medio tiempo, una asesoría, el gimnasio y, de vez en cuando, salía con un simpático muchacho. En vista de que la vida no me alcanzaba, y considerando además otros factores, algunas cosas cambiaron: me quedé en el trabajo de tiempo completo, dejé uno de los trabajos a medio tiempo, el otro trabajo de medio tiempo lo convertí en cuarto de tiempo, sigo con el gimnasio -mi vicio- y ahora salgo de manera regular con un hombre adorable.
Precisamente el proceso de abandono de uno de los trabajos de medio tiempo es el que ahora me hace escribir estas líneas, producto de mi total indignación.
Este proyecto se inició hace varios meses, uno de mis clientes me recomendó ante esta señora que tenía un negocio que quería mejorar. La señora era todo un personaje. Una nueva rica, bien entrada en sus treinta y tantos, rubia y ojiverde con su plata, con unas bubis que parecían compraditas también y un look de lo más neoyorkino escandaloso: las botas de piel de cocodrilo, con cadenas en el taco, cinturones de hebillas enormes y casacas con pieles en el cuello.
Nuestras primeras impresiones fueron bastante buenas. A pesar de su inexperiencia en el tema, se le notaba abierta a las propuestas y a dejar trabajar a la gente que contrataba. Lo cual me proporcionaba cierta tranquilidad. Por mi parte, yo venía recomendada así que contaba con garantía de un buen trabajo. No puedo negar que en esa reunión, la señora dejo escapar algunos comentarios que dejaban muy en claro su condición de nueva rica sobretodo en cuanto a educación y cultura, pero bueno “nadie es perfecto” pensé.
El primer día de trabajo me encontré con otra sorpresita, que en realidad funcionaba más como explicación, conocí al esposo. Un general en retiro, por lo menos veinte años mayor que ella, con quien tenía un hijo de siete años aproximadamente. Este sujeto era nada más y nada menos que su segundo compromiso. No quiero ni imaginar como era el primer esposo. El asunto es que este señor aportaba todo el capital para implementar este negocio. Lo cual, a mi entender, se resuelve con un simple “el que puede, puede”.
Las primeras semanas fueron bastante buenas. Mucha comunicación, mucho trabajo, mucha colaboración. Me sentí muy cómoda y hasta le estaba cogiendo cierto cariño a la señora y a la empresa. Lamentablemente, poco a poco esta señora mostró dos debilidades importantes:
1.- metía a toda su familia en el negocio que el esposo le financiaba
2.- era muy influenciable por toda esta gente, que al igual que ella no tenían la más mínima preparación para dirigir una empresa.
Es que lo malo no es ser nuevo rico, lo malo es que los hermanos y familiares externos crean que ellos son ricos también. Entonces se empiezan a sentir los “dueños del fundo” y allí empiezan los problemas.
Justamente esto fue lo que sucedió. Al principio intentó que trabajara con un sobrino suyo que, sinceramente, conocía muy poco del asunto que veníamos a solucionar. Entonces preferí trabajar con mis propios contactos en busca siempre de un trabajo de calidad, y así fue. Obviamente, esto no le cayó muy bien. De pronto empezaron comentarios de que “muy caro”, “mucho tiempo”, entre otros argumentos sin razón.
Luego, mi decisión de recortar mis actividades que suponía una asesoría de menos horas de duración, con el respectivo ajuste de presupuesto a su favor, fue más que acertada. Le quité la oportunidad de decir, me cobras muy caro. Y así quedamos.
Cómo durante todos esos meses no tuvimos problemas, obvié ciertas formalidades con respecto a mis pagos. Nada grave, pero que en otra situación hubiera elaborado con minucioso cuidado. Incluso en esa segunda etapa, tampoco tuve problemas hasta que el proyecto llegó a su fin.
Mi labor terminaba con la supervisión de un evento y ese mismo día lleve mi dichoso recibo por honorarios. Era claro que no esperaba que me paguen ese día, pero estaba el documento listo para que lo pudieran programar.
Así pasaron dos semanas. Tiempo prudente para una programación. En una de mis llamadas me informaron que la señora estaba de viaje y que el responsable del pago era su hermano, encargado de la contabilidad. Entonces me comuniqué con él. Qué experiencia tan desagradable!
El hermano este no tuvo mejor idea que argumentar de la manera más prepotente “escasez de liquidez”. Si claro, justo con mi factura más pequeña, cuando ya casi no voy a esa oficina. No contento, cuando le pedí una fecha aproximada de pago me dijo “no sé” ¿Ah? Y para rematarla, sugirió que mi trabajo con ellos se debía que no estaban contentos. Nada que ver con la realidad. Como si fuera poco, no se le ocurrió una mejor forma de finalizar la conversación virtual, vía msm, que decir “tengo que trabajar”. El colmo!!!
Naturalmente, puse los puntos sobre las íes y dejé bien en claro qué cosa había sucedido. Además, luego de un simpático copy - paste le envié la conversación a la señora. La pobre, como era de esperarse, tuvo que acceder a dar una fecha de pago, sin embargo no descuidó la oportunidad para defender a su hermano. En fin, contra eso ya nada se puede hacer, pero en el fondo me da mucha pena que la hagan quedar tan mal.
Me sigo preguntando ¿Qué le pasó a este tipo por la cabeza cuando utilizó aquellos desatinados argumentos? ¿Quién cree que es? ¿Quién cree que soy? Definitivamente, la ubicaína debería venderse sin receta médica y como tratamiento preventivo.
viernes, octubre 06, 2006
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