Si hay algo de lo que reniego en ocasiones, es de mi irrenunciable condición de fémina. Con esto no quiero decir que no me sienta feliz y orgullosa de ser mujer. Sin embargo, luego de crecer rodeada de hombres y valores masculinos, toda mi ideosincracia, razonamiento e independencia se orientan hacia el comportamiento de un niño.
De allí que en ocasiones me sienta bastante ridícula cuando padezco de aquellos terribles males femeninos que, a mi entender, son bastante esotéricos. Cuántas veces te ha pasado despertar temprano por la mañana, mirarte al espejo y sentirte la peor mujer del mundo, la más fea, la más gorda, la más tonta, la que tiene el cabello menos dócil y manejable, en resumen, no te aguantas. Las mismas veces, te lo aseguro, esta visión propia no corresponde a la realidad.
Justo ese día, tu jefe te sorprende con alguna felicitación, tu novio con un detalle inesperado y el admirador, que nunca falta, con algún piropo simpático y coquetón. A pesar de todo ello, tú te sigues sintiendo un desastre. Crees que no lo mereces o que lo dicen porque te están viendo tan mal, como tú te ves, y están buscando alguna forma de subirte el ánimo.
Stop!!! Eso no lo hace nadie.
Darling!!! Todos tienen sus propios problemas y no van a dedicar más atención de lo necesaria a nada, ni nadie, que no lo merezca.
Otro de los tópicos recurrentes es “nadie me quiere” Ni tu madre, ni tu padre, ni tus hermanos, ni tus amigos, ni tu novio. Entonces? Por qué te dedican tanta atención cuando te sientes mal o por qué están pendientes, muy a su manera claro está, de todo lo que te sucede?
Algo así me pasó el fin de semana. Después de pasarla espectacular con mi casi novio, me volvieron las inseguridades. Que si no es, que si no soy, que si sus amigos, que si los míos, por qué no hace esto, por qué si hace lo otro, por qué yo hago tal cosa, por qué no hago aquella. Pero… si se lleva mejor con sus amigas, si no soy lo que espera. Oh no! ya lo asusté, o lo haré pronto. Justo ahora que ya no la quería volver a fregar.
Y así por el estilo, una total crisis sin sentido, a mi humilde entender. En ningún momento hubo nada distinto en el ámbito de lo real, ni por mi parte, ni por la suya. Todo era un rollo meramente perceptual, y encima distorsionado. Sin embargo, quién diablos me quitaba lo mal que me sentía. Media noche sin dormir, dándole vueltas a algo de lo que no tenía por qué preocuparme, por lo menos no ahora.
A eso súmale que era totalmente consciente de ello y que además de sentirme mal por mi crisis sin sentido, me sentía mal por el hecho de tenerla y no poder controlarla. Cómo me llega comportarme como una niñita!!!!
Mi amor dice que poseo una tendencia al auto sabotaje. Según él, cada vez que veo que las cosas están bien, pateo el tablero; porque no quiero confiar, porque no quiero perder el control, porque quiero dominarlo todo, todo el tiempo, porque no quiero abandonar mi egoísta status quo. Podría ser. Después de cinco años de relaciones efímeras: las cortas por cortas, las largas por inconsistentes; no es de extrañar que llegado a cierto punto no sepa manejar la situación.
Con respecto a lo otro, mi amor dice que es una coraza que adopto frente al mundo para hacerme la fuerte, la dura, la insensible, la independiente. Jelou! Mencioné que fui educada casi como Lady Oscar???
La consigna, obviamente, es ser cada vez mejor, por mi propio bien. Imagínate, no es saludable tener ese tipo de malestares cada dos semanas. Además sería interesante encontrar un equilibrio entre mi masculina femineidad. Seguimos trabajando.
martes, octubre 17, 2006
viernes, octubre 06, 2006
Otra vez me quisieron cabecear
Justo cuando pensé que esas cosas no me volverían a suceder, me cancelaron de una sola la ilusión de la victoria.
Hasta hace dos meses tenía el dinámico ritmo de un trabajo a tiempo completo, dos a medio tiempo, una asesoría, el gimnasio y, de vez en cuando, salía con un simpático muchacho. En vista de que la vida no me alcanzaba, y considerando además otros factores, algunas cosas cambiaron: me quedé en el trabajo de tiempo completo, dejé uno de los trabajos a medio tiempo, el otro trabajo de medio tiempo lo convertí en cuarto de tiempo, sigo con el gimnasio -mi vicio- y ahora salgo de manera regular con un hombre adorable.
Precisamente el proceso de abandono de uno de los trabajos de medio tiempo es el que ahora me hace escribir estas líneas, producto de mi total indignación.
Este proyecto se inició hace varios meses, uno de mis clientes me recomendó ante esta señora que tenía un negocio que quería mejorar. La señora era todo un personaje. Una nueva rica, bien entrada en sus treinta y tantos, rubia y ojiverde con su plata, con unas bubis que parecían compraditas también y un look de lo más neoyorkino escandaloso: las botas de piel de cocodrilo, con cadenas en el taco, cinturones de hebillas enormes y casacas con pieles en el cuello.
Nuestras primeras impresiones fueron bastante buenas. A pesar de su inexperiencia en el tema, se le notaba abierta a las propuestas y a dejar trabajar a la gente que contrataba. Lo cual me proporcionaba cierta tranquilidad. Por mi parte, yo venía recomendada así que contaba con garantía de un buen trabajo. No puedo negar que en esa reunión, la señora dejo escapar algunos comentarios que dejaban muy en claro su condición de nueva rica sobretodo en cuanto a educación y cultura, pero bueno “nadie es perfecto” pensé.
El primer día de trabajo me encontré con otra sorpresita, que en realidad funcionaba más como explicación, conocí al esposo. Un general en retiro, por lo menos veinte años mayor que ella, con quien tenía un hijo de siete años aproximadamente. Este sujeto era nada más y nada menos que su segundo compromiso. No quiero ni imaginar como era el primer esposo. El asunto es que este señor aportaba todo el capital para implementar este negocio. Lo cual, a mi entender, se resuelve con un simple “el que puede, puede”.
Las primeras semanas fueron bastante buenas. Mucha comunicación, mucho trabajo, mucha colaboración. Me sentí muy cómoda y hasta le estaba cogiendo cierto cariño a la señora y a la empresa. Lamentablemente, poco a poco esta señora mostró dos debilidades importantes:
1.- metía a toda su familia en el negocio que el esposo le financiaba
2.- era muy influenciable por toda esta gente, que al igual que ella no tenían la más mínima preparación para dirigir una empresa.
Es que lo malo no es ser nuevo rico, lo malo es que los hermanos y familiares externos crean que ellos son ricos también. Entonces se empiezan a sentir los “dueños del fundo” y allí empiezan los problemas.
Justamente esto fue lo que sucedió. Al principio intentó que trabajara con un sobrino suyo que, sinceramente, conocía muy poco del asunto que veníamos a solucionar. Entonces preferí trabajar con mis propios contactos en busca siempre de un trabajo de calidad, y así fue. Obviamente, esto no le cayó muy bien. De pronto empezaron comentarios de que “muy caro”, “mucho tiempo”, entre otros argumentos sin razón.
Luego, mi decisión de recortar mis actividades que suponía una asesoría de menos horas de duración, con el respectivo ajuste de presupuesto a su favor, fue más que acertada. Le quité la oportunidad de decir, me cobras muy caro. Y así quedamos.
Cómo durante todos esos meses no tuvimos problemas, obvié ciertas formalidades con respecto a mis pagos. Nada grave, pero que en otra situación hubiera elaborado con minucioso cuidado. Incluso en esa segunda etapa, tampoco tuve problemas hasta que el proyecto llegó a su fin.
Mi labor terminaba con la supervisión de un evento y ese mismo día lleve mi dichoso recibo por honorarios. Era claro que no esperaba que me paguen ese día, pero estaba el documento listo para que lo pudieran programar.
Así pasaron dos semanas. Tiempo prudente para una programación. En una de mis llamadas me informaron que la señora estaba de viaje y que el responsable del pago era su hermano, encargado de la contabilidad. Entonces me comuniqué con él. Qué experiencia tan desagradable!
El hermano este no tuvo mejor idea que argumentar de la manera más prepotente “escasez de liquidez”. Si claro, justo con mi factura más pequeña, cuando ya casi no voy a esa oficina. No contento, cuando le pedí una fecha aproximada de pago me dijo “no sé” ¿Ah? Y para rematarla, sugirió que mi trabajo con ellos se debía que no estaban contentos. Nada que ver con la realidad. Como si fuera poco, no se le ocurrió una mejor forma de finalizar la conversación virtual, vía msm, que decir “tengo que trabajar”. El colmo!!!
Naturalmente, puse los puntos sobre las íes y dejé bien en claro qué cosa había sucedido. Además, luego de un simpático copy - paste le envié la conversación a la señora. La pobre, como era de esperarse, tuvo que acceder a dar una fecha de pago, sin embargo no descuidó la oportunidad para defender a su hermano. En fin, contra eso ya nada se puede hacer, pero en el fondo me da mucha pena que la hagan quedar tan mal.
Me sigo preguntando ¿Qué le pasó a este tipo por la cabeza cuando utilizó aquellos desatinados argumentos? ¿Quién cree que es? ¿Quién cree que soy? Definitivamente, la ubicaína debería venderse sin receta médica y como tratamiento preventivo.
Hasta hace dos meses tenía el dinámico ritmo de un trabajo a tiempo completo, dos a medio tiempo, una asesoría, el gimnasio y, de vez en cuando, salía con un simpático muchacho. En vista de que la vida no me alcanzaba, y considerando además otros factores, algunas cosas cambiaron: me quedé en el trabajo de tiempo completo, dejé uno de los trabajos a medio tiempo, el otro trabajo de medio tiempo lo convertí en cuarto de tiempo, sigo con el gimnasio -mi vicio- y ahora salgo de manera regular con un hombre adorable.
Precisamente el proceso de abandono de uno de los trabajos de medio tiempo es el que ahora me hace escribir estas líneas, producto de mi total indignación.
Este proyecto se inició hace varios meses, uno de mis clientes me recomendó ante esta señora que tenía un negocio que quería mejorar. La señora era todo un personaje. Una nueva rica, bien entrada en sus treinta y tantos, rubia y ojiverde con su plata, con unas bubis que parecían compraditas también y un look de lo más neoyorkino escandaloso: las botas de piel de cocodrilo, con cadenas en el taco, cinturones de hebillas enormes y casacas con pieles en el cuello.
Nuestras primeras impresiones fueron bastante buenas. A pesar de su inexperiencia en el tema, se le notaba abierta a las propuestas y a dejar trabajar a la gente que contrataba. Lo cual me proporcionaba cierta tranquilidad. Por mi parte, yo venía recomendada así que contaba con garantía de un buen trabajo. No puedo negar que en esa reunión, la señora dejo escapar algunos comentarios que dejaban muy en claro su condición de nueva rica sobretodo en cuanto a educación y cultura, pero bueno “nadie es perfecto” pensé.
El primer día de trabajo me encontré con otra sorpresita, que en realidad funcionaba más como explicación, conocí al esposo. Un general en retiro, por lo menos veinte años mayor que ella, con quien tenía un hijo de siete años aproximadamente. Este sujeto era nada más y nada menos que su segundo compromiso. No quiero ni imaginar como era el primer esposo. El asunto es que este señor aportaba todo el capital para implementar este negocio. Lo cual, a mi entender, se resuelve con un simple “el que puede, puede”.
Las primeras semanas fueron bastante buenas. Mucha comunicación, mucho trabajo, mucha colaboración. Me sentí muy cómoda y hasta le estaba cogiendo cierto cariño a la señora y a la empresa. Lamentablemente, poco a poco esta señora mostró dos debilidades importantes:
1.- metía a toda su familia en el negocio que el esposo le financiaba
2.- era muy influenciable por toda esta gente, que al igual que ella no tenían la más mínima preparación para dirigir una empresa.
Es que lo malo no es ser nuevo rico, lo malo es que los hermanos y familiares externos crean que ellos son ricos también. Entonces se empiezan a sentir los “dueños del fundo” y allí empiezan los problemas.
Justamente esto fue lo que sucedió. Al principio intentó que trabajara con un sobrino suyo que, sinceramente, conocía muy poco del asunto que veníamos a solucionar. Entonces preferí trabajar con mis propios contactos en busca siempre de un trabajo de calidad, y así fue. Obviamente, esto no le cayó muy bien. De pronto empezaron comentarios de que “muy caro”, “mucho tiempo”, entre otros argumentos sin razón.
Luego, mi decisión de recortar mis actividades que suponía una asesoría de menos horas de duración, con el respectivo ajuste de presupuesto a su favor, fue más que acertada. Le quité la oportunidad de decir, me cobras muy caro. Y así quedamos.
Cómo durante todos esos meses no tuvimos problemas, obvié ciertas formalidades con respecto a mis pagos. Nada grave, pero que en otra situación hubiera elaborado con minucioso cuidado. Incluso en esa segunda etapa, tampoco tuve problemas hasta que el proyecto llegó a su fin.
Mi labor terminaba con la supervisión de un evento y ese mismo día lleve mi dichoso recibo por honorarios. Era claro que no esperaba que me paguen ese día, pero estaba el documento listo para que lo pudieran programar.
Así pasaron dos semanas. Tiempo prudente para una programación. En una de mis llamadas me informaron que la señora estaba de viaje y que el responsable del pago era su hermano, encargado de la contabilidad. Entonces me comuniqué con él. Qué experiencia tan desagradable!
El hermano este no tuvo mejor idea que argumentar de la manera más prepotente “escasez de liquidez”. Si claro, justo con mi factura más pequeña, cuando ya casi no voy a esa oficina. No contento, cuando le pedí una fecha aproximada de pago me dijo “no sé” ¿Ah? Y para rematarla, sugirió que mi trabajo con ellos se debía que no estaban contentos. Nada que ver con la realidad. Como si fuera poco, no se le ocurrió una mejor forma de finalizar la conversación virtual, vía msm, que decir “tengo que trabajar”. El colmo!!!
Naturalmente, puse los puntos sobre las íes y dejé bien en claro qué cosa había sucedido. Además, luego de un simpático copy - paste le envié la conversación a la señora. La pobre, como era de esperarse, tuvo que acceder a dar una fecha de pago, sin embargo no descuidó la oportunidad para defender a su hermano. En fin, contra eso ya nada se puede hacer, pero en el fondo me da mucha pena que la hagan quedar tan mal.
Me sigo preguntando ¿Qué le pasó a este tipo por la cabeza cuando utilizó aquellos desatinados argumentos? ¿Quién cree que es? ¿Quién cree que soy? Definitivamente, la ubicaína debería venderse sin receta médica y como tratamiento preventivo.
miércoles, octubre 04, 2006
No soy machista, pero….
No puedo dejar de reconocer lo importante que es contar con apoyo masculino en momentos de emergencia.
Hace algún tiempo uno de mis mejores amigos anda literalmente perdido en el espacio. Sin querer se involucró en un triángulo amoroso completamente destructivo. Las dos señoritas en cuestión resultaron de lo más manipuladoras e inseguras. Considerando que mi pata, tampoco tiene mucha determinación para muchas cosas, no sorprende que se haya mantenido casi seis meses tratando de complacer a ambas para “no hacerlas sentir mal”.
Debo confesar que no soy ninguna puritana, pero si creo que las personas debemos ser conscientes de los “jueguitos” en los que estamos metidos. Obviamente, ambas chicas conocían de la existencia de la otra y ambas también creían que serían las elegidas sobre “la competencia”, pero mi pata les estaba “dibujando pajaritos en el aire”, en base a sus silencios.
El último sábado nos íbamos a tomar un café, junto a otro amigo más, para “ponernos al día” sobre nuestras vidas y, lamentablemente, en la suya nada había cambiado. Para colmo de males este compañero extra nos dejó plantados por problemas conyugales, justo cuando yo quería evitar pasar esa tarde a solas con él.
Por obvias razones, su reincidencia me hizo perder la paciencia. En pleno café inicié mi discurso reivindicatorio de su dignidad, porque las otras señoritas ya la perdieron, y poco a poco se fueron acalorando la intensidad de mis palabras. Procuré no perder el control y ser lo suficientemente precisa y convincente para lograr que mi pata reaccionara adecuadamente. Hasta que algo interrumpió toda mi concentración.
Después de una hora en dicho café, desde el cual recibí un par de llamadas telefónica y efectué algunas más para contactar al gran ausente, me habían robado el celular. Para mi triste realidad, el celular estaba dentro de la cartera, que contenía absolutamente todos mis documentos y unos cuantos soles, nada de consideración; solo que los autores del delito prefirieron asignarse el paquete completo.
¿Cómo fue? No lo recuerdo. Aprovecharon algún descuido en mi acalorada conversación, ya que en todo momento estaba pendiente de su existencia. Estamos en Lima, esas cosas suelen suceder. Además estaba confiada de que la dichosa cartera se encontraba también dentro del espectro visual de mi acompañante. Craso error!!! No porque no se pudiera ver, sino porque mi amigo se encuentra tan absorto en sus cavilaciones que ya casi no tiene conciencia de la realidad.
En fin, ambos nos descuidamos; sin embargo lo peor vino después. Cuando noté la ausencia de la cartera, precisamente cuando se requieren acciones inmediatas y precisas, mi pata tan solo atinó a continuar sentado, taparse el rostro con las manos y preguntarse ¿en qué momento pasó?
Perdón???
De pronto, el niño estaba más nervioso que yo, la principal perjudicada: había perdido todos mis objetos personales y me había dado cuenta de que la compañía de mi pata no me ofrece ninguna seguridad.
Tuve que indicarle, paso por paso, qué cosa debía hacer:
1.- pagar la cuenta (por alguna razón se quedó conversando con el administrador como si los establecimientos públicos se responsabilizaran por este tipo de incidentes)
2.- prestarme un sol, para llamar a mi celular en caso aún lo tuvieran encendido y quisieran alguna “recompensa” (obviamente, a mi “pata” no se le ocurrió prestarme el suyo)
3.- preguntar a los vigilantes de la puerta si es que habían visto a alguna persona sospechosa o que nos pudiera ayudar con su descripción.
4.- pedirle que me dejara en casa de mi novio, que vive a pocas cuadras del lugar, porque ya me había dado cuenta de que su compañía en ese momento no me ayudaba en absoluto.
5.- sugerirle que regresara al café y volviera a preguntar si es que alguien había visto algo.
El pobre estaba tan desconectado que me dijo: “ok, y luego a donde te llamo?”. Como si después de ocho años de conocernos no sabía que tengo un teléfono fijo en casa al que llama siempre a pesar de que toda la vida le digo que soy más ubicable en el celular.
No fue sino hasta que estuve en casa de mi novio, que encontré el apoyo que buscaba: me averiguó los teléfonos para bloquear mis tarjetas, me prestó su teléfono, me dio la tranquilidad necesaria y me acompañó a la comisaría a sentar la denuncia.
Yo me pregunto: “Es tan difícil instalar el chip de “reacción adecuada en momentos de emergencia” en algunas personas?
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