lunes, febrero 26, 2007

Yo l@s mato

Aparte de mis atípicas celebraciones románticas, tenía otros planes para la semana que pasó. Desde que mi marinovio y yo empezamos, en algún momento se coló la idea de un fin de semana juntos.

El día que mi novio preguntó “¿amor cuando tienes vacaciones?” No pude evitar el primer pensamiento de incredulidad. “Quién sabe si para entonces sigamos juntos”. Aunque mi respuesta se amparó en las pocas semanas que llevaba en mi actual chamba y en lo mucho que faltaba para que siquiera la palabra se pudiera combinar con mi nombre en la oficina de administración.

De pronto, llegó el primer fin de semana que había sido considerado como posibilidad. “Duramos, mira tú” pensé. Pedí mi día libre pero no pudimos concretar el plancito del weekend.

Durante el verano, mi novio si tuvo vacaciones. Siempre estratégico, divide su mes en cuatro semanas que toma a una por mes durante los cuatro primeros del año. La primera tanda no salió según lo esperado. Se presentó un tema urgente y debió volver dos días antes de lo previsto. La segunda, que está corriendo, ha sido mucho más manejable e incluso podrá recuperar aquellos días que le fueron vilmente arrebatados.

Entonces faltaba yo.

Ahora con más tiempo en la chamba, esta semana cumplí seis meses, ya disponía de un par de días libres más por aprovechar y me dispuse a organizar mis cronogramas para no abandonar nada delicado y así poder dejar la oficina en paz solo un viernes.

Pero había un proyecto, en realidad dos, que entre broma y broma suponían que yo viajara como apoyo. La fecha, así como mi participación, aún no estaba definida del todo, y en medio de de la incredulidad de que suceda, después de dos meses de postergaciones, y el ferviente deseo de mi compañero para que se concrete, por el mismo motivo, seguían transcurriendo los días.

De pronto la alerta: “Catársis, viajas el viernes” era el primer fin de semana del novio’s holidays y yo tenía además otros compromisos, pero me pareció que era manejable. La idea no me dolía tanto. “Prefiero este fin y no el otro”.

Pero no salió, gracias a la obra y gracia de la fucking bitch. Una niña a la que por alguna razón no se le manifiestan los correos. Tal vez tiene mucha chamba, tal vez; pero es desesperante cuánto puede tardarse una persona en enviar un correo que diga “ok”. Es más, si predetermina su firma, ni siquiera tiene que escribirla.

A la semana siguiente, ya había organizado todo para ausentarme el 16. Incluso el lunes conversé con administración, me dieron el primer visto bueno, lo que significaba un nada despreciable 70% de la negociación. Solo faltaban dos jefes. Obviamente es mejor no solicitar estos permisos con demasiada anticipación, porque muchas memorias a mi alrededor sufren de fragilidad. El miércoles era el día.


Esa mañana me solicitaron para una reunión en la tarde. Nuevamente nos encontrábamos en stand by con casi todo listo esperando el “ok” de la fucking bitch. Eso no habría sido tan malo, total ya casi se convertía en una costumbre, si en esa reunión no me hubieran asignado la responsabilidad del proyecto. Ergo, en la semana que fuera, de todas maneras viajaba yo.

Dentro de mí, albergaba la esperanza de que aquel “ok” tardara lo suficiente para correr el viaje una semana más. Era todo lo que yo pedía. Hace tiempo que no deseaba nada de nada, todo me daba igual, pero ese era mí viernes, mi ansiado viernes.

Bien dicen que cuando deseas algo, la cosa se pone difícil. Sería por eso que ya me había enseñado no desear?

Mandó su maldito correo, no con la anticipación adecuada, pero si con el tiempo justo como para que mi mentalmente rechazada posibilidad contextual, efectivamente sucediera. Ta mare!

El novio tomó la cancelación de los planes de muy buena forma. Tan deportivamente, que hasta me molestó. Si no lo deseaba tanto como yo, pues definitivamente no lo expresaba en la misma proporción.

La madrugada del viernes tomé mi humanidad y la llevé a Piura. La chamba intensa. Día y medio a full. Para mi “buena” suerte toda la gente que me pudiera haber encontrado en esa ciudad no estaba allí. Chess! Así que me la pasé buscando donde comer, porque soy bastante especial para ello.

Las noches piuranas no fueron de las mejores. El viernes no encontré por donde salir, precisamente a falta de guía; y además, el calor y el ruido, de los abundantes motataxis que transitaban por mi hotel all night long, no me dejaron dormir.

Tampoco hice mucho turismo, ya que los atractivos de la región suponían viajes fuera del centro que no tenía tiempo ni ganas de realizar. Francamente, la idea de tirarme solita en Máncora una mañana, pensando que debía emprender regreso a las pocas horas y encima SOLA, no me emocionaba para nada.

Afortunadamente estuve en contacto con la gente que quiero, mis padres, mis hermanos, mis amigos más cercanos, el novio. El teléfono se convirtió en un aparatejo especialmente útil.

El sábado llegó la hora del regreso y como fin de fiesta en la ciudad tuve un maravilloso retraso en la salida de mi avión, nótese la ironía. Ya no tenía hotel, estaba con mi equipaje al hombro, el clima realmente caliente, dentro y fuera del aeropuerto, y yo debía estar allí varada las próximas dos horas.

En mis planes había previsto llegar a Lima a las 8pm, lo que
me facilitaba retomar mis actividades habituales, léase juerguear; pero regresar a las 10 o 10:30pm ya no parecía tan fácil. Sobretodo porque me hubiera gustado retomar mi plan pendiente y aunque sea aprovechar uno de los tres días que hubieran podido ser. Aún no estaban confirmados los días libres extras de mi novio, por lo que ese habría sido su único fin de semana libre.

Para matar el rato de espera, nuevamente hice uso del teléfono. Hablé, entre otros, con mi novio y dijo algo así como “Qué penita, bueno yo ya estoy saliendo para Asia. Ah! Verdad, ayer olvidé comentarte”.

Crash total.

De hecho, en ningún momento habíamos hecho planes en común para mi regreso, y tampoco pretendía que se quedara en casa haciendo votos de redención porque yo no estaba. Pero… pero… cosas de mujeres…

No dije nada, no había nada que reclamar, pero el hígado lo tenía hiper revuelto.

El viaje de regreso, incluido el avión y el taxi hasta mi hogar, lo realicé en un completo estado de furia silenciosa. Pero la historia no terminó allí.

Al llegar a casa comencé a sentir un dolor de cabeza, que en principio atribuí al cansancio y a toda la experiencia del viaje, pero había algo más… A la media hora empecé a sentir el dolor de estómago más horrible de mi vida, de verdad. Era tan intenso que me hizo pedir, en la más profunda de las súplicas, que me aplicaran una inyección. Así se calmó el dolor, pero dejó la secuela de sueño. La noche del sábado y el domingo por completo fueron días perdidos.

Pero yo tenía un día libre: el lunes. Al amanecer me enfrenté a decidir si sería un día de descanso médico o uno de vacaciones. Elegí la segunda opción, me la debía. Pero quería que fueran vacaciones totales.

No quería ver a nadie. Estaba molesta con todo el mundo. No quería ir a ninguno de mis lugares habituales, para no encontrarme con nadie. Necesitaba un espacio de fuga.

Eso hice, pasé el día en un lugar al que hace mucho tiempo no iba, en compañía de un amigo que no veía hace mucho tiempo, que apareció por esos azares del destino. El día me relajó mucho, me lo merecía. Había que salvar el weekend y así fue. Gracias Graidy.

Pero el mal humor me duró aún varios días después. Hasta que me volvieron a decir “Catársis viajas el viernes”, pero esa es otra historia.

Acabo de regresar de Iquitos y es por eso que no pude asistir a la reuna de bloggers. Chicos, de verdad me hubiera encantado estar. Será para la próxima.

viernes, febrero 09, 2007

El inminente 14 de febrero: crónica de mi mejor cita


Desde hace un par de años, por un asunto de chamba, empecé a ver el día de los enamorados como un día de full stress. De hecho, me sentía muy aliviada de tener que trabajar hasta tarde ese día. Era la excusa perfecta para evitar a todo interesado. Me parecía una fecha demasiado comprometedora en una época en la que lo que menos buscaba eran compromisos.

La mayoría de mis días de San Valentín no fueron muy alentadores. Mi primer "14" con novio fue un desastre. El niño fue “oportunamente” castigado por sus padres (creo que no necesito dar mayores explicaciones) y desapareció a las pocas semanas. Las siguientes celebraciones tuvieron un toque ácido: siempre me terminaba peleando con el novio y, francamente, eso no me motivaba para nada.

A ello agreguémosle que hacer cualquier cosa durante el dichoso día se vuelve imposible. Si vas al cine, hay cuchucientos más haciendo cola, (si, dije cuchucientos y no me gusta hacer colas); si vas a comer o a bailar, quién sabe cuánto tiempo esperes por una mesa o por ingresar al lugar; y si se te ocurre caminar ¡olvídalo! encontrarás a medio Perú (ok, ok, medio Lima) pululando por las calles mientras se prodigan caricias apasionadamente (váyanse a un telo! perdón, esos también están llenos ¿no?) .

Mi soltería oficial se inició en el 2001 y a partir de entonces me sentí más tranquila de solo celebrar el día de la amistad. Entonces empecé a organizar juergas en casa y salidas en grupo para esos días. La mayoría, solteros como yo, lo tomaban de maravilla, aunque nunca falta la amiga huachafa que se siente vacía y miserable por no tener un novio para salir el 14. ¡Santo Dios!

La iniciativa se estaba volviendo costumbre hasta el 2004, que a pesar de todo se convirtió en mi mejor 14 de febrero hasta ahora.

Ese día fui plantada por mis amigas de colegio, ya que las señoritas no se animaban a salir "el 14" en un grupo de chicas solas, a pesar de que era un sábado cualquiera. Nueve de la noche y yo estaba en pijama. Me conecté a Internet dispuesta a tener un pequeño break antes de ver una peli en casa y comer canchita.

Entonces lo encontré. Habíamos salido algunos meses, hace varios meses ya. Recuerdo que esa tarde estuvo conectado, pero aparecía y desaparecía. Luego me enteré que su conexión tenía problemas y que cada vez que se le colgaba el messenger era cuando quería hablarme para saber qué haría.

No grabé esa conversa. ¿o si? Chess, debí grabarla. ¿o no?

Le conté mis excelentes planes para esa noche. Al parecer eran los mismos que los suyos. El pobre no encontró nada mejor para matar el aburrimiento que ir al cine solo durante la tarde (no tengo nada en contra de eso, de hecho, lo hago de vez en cuando; pero jamás el 14 de febrero y menos si es sábado).

Me invitó a bailar y naturalmente acepté. En primer lugar, porque era sábado y quería salir; en segundo, porque me encanta bailar; y tercero porque éramos amigos. Aunque también debo admitir que todavía se me caía la baba por este muchacho.

Pasó por mi casa y tuvo la “suerte” de encontrarse a mis padres en la puerta. Mamá, la más alcahueta de todas, me dejó salir de inmediato; papá tuvo algunos reparos (siempre me hace una rabieta celosa cuando conoce a un chico nuevo no amigo). Entonces aún pedía permiso para salir.

Nos fuimos a bailar y, como era de esperarse, tuvimos los primeros problemas de ubicación. Y ahora ¿dónde vamos? Terminamos en un pub miraflorino con las cusqueñas de ley.

La pasamos excelente. Él, que nunca bailaba, ensayaba un merengue animoso, solo para complacerme. “Me enamoro de ella, me enamoro de ella” entonaba coqueto. Tuvimos las conversa más quemada de la historia, sin drogas ni estupefacientes de por medio, de esas que solo tengo con los colegas. Estaba encantada.

Recuerdo también que por aquellos días acababa de alquilar su departamento de soltero, el cual recién estaba amoblando; obviamente me invitó, pero no fuimos esa noche. Malpensados, no era para tanto.

Lo gracioso es que, a pesar de que hablamos sobre por qué nos distanciamos, por qué se fue, por qué murió, etc., yo había ido con la idea clarísima de que al día siguiente el holograma se desvanecería. Suelo ser muy desconfiada al inicio de las relaciones y mi querido muchacho no me había demostrado que podía confiar en él, todo lo contrario.

Aún así me moría por él y hay cosas que el corazón a veces no entiende. Mi estupidez superaba cualquier intento sensato de razonamiento. Sabía que todo aquello podría ser el floro más barato de la historia, pero ¡rayos! cómo me gustaba escucharlo. La noche terminó, con su beso de por medio (obvio, tampoco una es de piedra) y se me removió todo de nuevo.

Para colmo de males, al lunes siguiente
me lo encontré en la calle, por pura casualidad. Maldición! Lima tan grande y yo me vengo a encontrar con este señor un lunes a mediodía, a media cuadra de la oficina de un proveedor, y encima yo acompañada de uno de mis compañeros de trabajo que también lo conocía.

Obviamente, mi suposición fue cierta. Nos saludó, por lo menos educado era, y me trató como si no me hubiera visto hace dos años. Después no llamó ni se apareció de nuevo.

Afortunadamente pude superarlo pronto. Es más fácil pensar cuando la tentación no está al frente.

Lo bueno de toda esa historia fue que ese año rompí mi mala racha. Ya no la pasé mal, la pasé trabajando o no la pasé, pero por lo menos mal ya no. Vamos a ver, San Valentín, cómo nos va este año, que después de muchos, ando con novio de nuevo.